En medio de el ruido que causa el perforar de las calles que buscan mejorar estas caminerías del hombre de a pie, siento que ese vivir en aceras en construcción es un reflejo de que vivimos en un país joven y que está construyendo su futuro. ¿Quiénes son los artífices de estas estructuras de concreto que simulan las bases de una gran torre? Quien más que todos y cada uno de los ciudadanos que transitan esa infinita vía llamada historia y que escriben con el sonar de sus pasos lo que será recordado por las futuras generaciones.
Cada quien aportará lo que se proponga a ese país en construcción: aspectos negativos como la intolerancia, la violencia, la impaciencia, la agresión física y verbal, la división, el resentimiento, la soberbia, el egoísmo…han desbordado las calles del territorio en un duro enfrentamiento con los valores que forman parte de nuestra identidad nacional, como la tolerancia, la paciencia, la amabilidad, la unión, la sinceridad, la colaboración y entrega hacia los demás.
Al tiempo que uno colabora como constructor de su patria, se siente útil y que de alguna manera le está retribuyendo todas las bendiciones concedidas. Esto comienza por sentirse dueños de esta gran propiedad y no sólo transeúntes que no les importa lo que ocurra porque mañana la abandonarán. Es sentirse como un eslabón importante de la cadena de desarrollo del país, cuyo aporte es imprescindible para la buena marcha del mismo y que nadie puede suplantar.
No sólo somos artífices de las aceras del país, sino las de nuestras vidas. Cada quien asume libremente y como decisión personal qué características tendrá el camino a recorrer en su vida.
Si serán pasos firmes y seguros con la intención de reafirmarse como personas, o si la regla será “como va viniendo vamos viendo”, en una constante improvisación que se dedica a tapar los huecos con pañitos calientes, y no a perforar hasta llegar el fondo del problema y atacarlo de raíz.