miércoles, 23 de julio de 2008

La grandeza de las cosas pequeñas


Hoy 24 de julio de 2008, hace exactamente 26 años, Dios me dio la vida y con ella tantas bendiciones, empezando por mis padres, mis hermanos, mis familiares, mis amigos...mucho más de lo que merezco. Con todas estas personas he compartido momentos maravillosos de alegrías y celebraciones, otros no tan felices pero siempre con la fortaleza que transmite una mano amiga o un abrazo. Es común decir que en los momentos difíciles es que se reconoce quiénes realmente están ahí para dar apoyo incondicional, pero yo creo que en el día a día, en medio de la rutina, de los estudios y el trabajo, en medio del ruido que nos atormenta, siempre hay gestos que nos reafirman lo maravilloso que es el ser humano.

El hombre no es un ser con dos patas que anda por ahí, habla (o grita) y come...no! Es una "persona" que piensa y siente, y como tal se caracteriza por una donación hacia los demás, es decir, que se entrega por otros sin esperar nada a cambio y es ahí donde plenamente es humano.
Muchas veces cuando queremos dejar una buena impresión o llamar la atención de alguien nos esmeramos en hacer grandes cosas cual superhéroes al rescate de la humanidad, o a complicarnos rebuscando qué hacer para quedar bien. Sin percatarnos de que hay mil formas de llegarle al corazón a alguien mostrándonos de manera transparente tal cual somos y con esa naturalidad haremos grandes cosas, producto de pararnos sobre la acera y ver hacia atrás el camino recorrido.

Una de las grandes cosas que me ha impactado en esos momentos donde me detengo lejos del tránsito vehicular, es todo el bien que podemos hacerle a alguien demostrándole nuestro apoyo, incluso sin estar físicamente, porque el ser humano no se reduce a lo sensitivo como los animales, sino a lo racional y que por esto es capaz de almacenar en su memoria los recuerdos de quienes lo quieren.

El estar consciente de eso es suficiente para sentir la presencia de esos seres queridos que se han ganado con "pequeñas" cosas nuestro corazón, y que con amor (arma infalible) han convertido en oro lo que estaba muerto. Gracias a cada una de esas personas cuyos gestos, palabras, mensajes, consejos, miradas, abrazos, sonrisas, lágrimas, me han motivado a pararme sobre la acera y darme cuenta de las maravillas que han hecho por mí.

Gracias infinitas a Dios por darme más de lo que merezco, a mis padres por amarme tanto, a mis hermanos por enseñarme tantas cosas, a mis amigos por ser parte de mi familia y a todos los que me han demostrado lo mucho que se puede hacer con esos detalles mínimos que cuestan tan poco, pero cómo añaden valor y dan una razón para seguir caminando sin prisa sobre la acera de la vida.

miércoles, 2 de julio de 2008

Mirada perdida en el mar

Muchos de los momentos en que me he parado en la acera, sobre una embarcación, pude percibir las maravillas de la naturaleza: los árboles, las montañas, los animales, el cielo, la luna, las estrellas, el mar...pero especialmente éste me sorprende cada vez que lo tengo cerca. Cuando observo su fortaleza, su magnitud, su infinitud, su profundidad y extensión que determinan las diferentes tonalidades que adquiere, ahí se reafirma en mí la idea de que semejante elemento de la naturaleza sólo pudo haber sido creado por un Ser Superior, Dios.




El mar es el hábitat de miles de especies capaces de trasladarse por esos litros infinitos de agua, plantas e islas que reposan sobre esta "estructura líquida" sin hundirse; objetos fabricados por el hombre como lanchas, botes y cruceros inmensos ruedan con firmeza por sus largas extensiones y siempre nos da la impresión de que no termina. Pareciera que esa línea lejana que simula el final del mar, donde se unen agua y cielo, es el punto máximo a donde se puede llegar pero no es así, siempre hay más y más por recorrer.



¿Qué me dice esto? Que nunca dejará de sorprenderme lo perfecto que es el mar, el efecto de paz que transmite la brisa mientras observo a lo lejos y deposito en él las esperanzas y la tranquilidad que se puede convertir en estampida ante un obstáculo (como ocurre con las olas y las rocas). Todo este escenario penetra los sentidos sin necesidad de estar dispuesto a ello: el sonido de las olas y las gaviotas, el olor a salitre, sentir la brisa y la suavidad de la arena, ver las tonalidades del agua y saborear su nivel de sodio. Es una gran experiencia sensorial que conecta al ser humano con la naturaleza y lo traslada a ese espacio e reflexión sobre la acera acuática.