sábado, 30 de agosto de 2008

Haciendo nuestros recuerdos

Era un viernes temprano.
Tres generaciones compartiendo un café.
Una representa la esperanza en el futuro y las metas por cumplir (la nieta).
La otra ilustra la estabilidad y madurez con los ojos puestos en esa esperanza (la hija).
Mientras la última es la sabiduría que otorgan los años vividos y todo lo aprendido (la abuela).
Ésta no era de mucho hablar, pero esa mañana dijo unas palabras que sonaron como profecía: con nuestras acciones estamos haciendo nuestros recuerdos. ¿Cómo hacer nuestros recuerdos, si son hechos del pasado que rememoramos? Se refería a que cada ser humano forja, en su día a día, la manera en que será recordado cuando ya no esté vivo, o cuando pierda el contacto con algunas personas.

Si somos buenos, así quedaremos grabados en la memoria de quienes nos conocieron. Cual escultor que va perfeccionando su técnica, el hombre va tallando esa imagen que lo identificará para siempre. En sus palabras, acciones y pensamientos está construyendo los recuerdos que no se olvidarán jamás, porque son evocados por la memoria.
¿Qué quiere decir que hacemos nuestros recuerdos? Que somos constructores de nuestra propia historia, que cada palabra o hecho quedará escrito en nuestra autobiografía sin necesidad de que amerite la escritura formal de un texto que verse sobre ello, porque se escribe con las notas vivas del día a día.
Cuando alguien fallece, por cualquiera que sea la circunstancia, además de conversar sobre las causas de la muerte, los conocidos suelen referirse a las características que tenía como: era un excelente padre, fue una muy buena hija, era un vecino servicial, nunca olvidaré la vez en que me ayudó a…son tantas las frases hechas que saltan al tapete tanto para hablar de las virtudes del difunto, como de sus defectos. Esas descripciones son los recuerdos que ha dejado, la última imagen que permanece en la memoria, irá desvaneciendo con el paso de los años y según se vaya marchitando la memoria humana como las hojas de un árbol.

Recuerdos en vivo

En una de esas maravillosas convivencias en las que he participado me preguntaban ¿cómo quieres ser recordada después de muerta? Y lo dije en ese momento, pero de qué sirve hacer esa proyección a futuro si no trabajo a diario en ese bonito recuerdo que quiero dejar. ¿Por qué esforzarse en hacer recuerdos en vivo? Porque nadie querrá heredar una mala imagen, sino ser mencionado como un gran ser humano y no hay manera de serlo sin un esfuerzo en vida, porque después no hay nada que hacer. Es como una rosa que en vida se esfuerza por demostrar su belleza, porque sabe que tras ella nacerán miles más iguales o mejores.
Dedicamos tanto tiempo y dinero a hacer recuerdos materiales de fechas especiales como bautizos, primera comunión, quince años, matrimonios y otros tantos eventos que son parte de la vida, pero no pensamos en hacer el mejor recuerdo de LA VIDA que es el mejor acontecimiento y bendición que hemos recibido. Los recuerdos materiales pasan de moda y se desechan, pero la obra que dejamos y la huella positiva que marcamos permanece a través del tiempo.

Sobre la acera de la vida seamos artífices de una biografía llena de virtudes y abundante de relaciones humanas enriquecedoras. Vayamos construyendo con pasos firmes esa radiografía que dejaremos para ser queridos en vida y dejar una huella de indeleble bondad después de la muerte.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Aceras vacías



La costumbre de ver las calles llenas de gente sobre las aceras, cruzando la calle, los motorizados y vehículos forma parte de mi rutina diaria. Pero al encontrarme en otras latitudes tengo una percepción distinta al estar en calles muy limpias, semáforos que funcionan, personas que respetan las leyes de tránsito, aceras en buenas condiciones, pero que son poco transitadas.

El andar a pie es sustituido por los vehículos dejando pocas probabilidades para el encuentro humano que se da al caminar por las calles. ¿Dónde se encuentra uno con los vecinos? ¿Cuándo ayuda a un viejito a cruzar la calle? Las oportunidades de ese contacto que se da en las aceras se ven disminuidas porque la rapidez de vida va sobre cuatro ruedas y a mil por hora.

Si bien cada cultura tiene su estilo, sus gustos y colores, las tormentosas aceras que recorremos a diario en esta tierra de gracia nos llevan a un encuentro obligatorio con la realidad. ¿Por qué? Esas caminerías imperfectas, donde hay que esquivar a los motorizados, a los indigentes que duermen en ellas, donde los huecos y obstáculos no se hacen esperar, permiten a cada persona salir de “su mundo” para encontrarse “con el mundo”.

En esta transición de un lugar a otro se da un espacio para pensar que nuestros problemas no son tan graves como pensamos, o mejor dicho, que NO son problemas. Y al encontrarnos con alguien conocido nos detendremos a saludar y conversaremos sobre el trabajo, la salud o la familia en el camino hacia ese destino al que deseamos llegar. Pero si cada quien va ensimismado en su carro, con sus ventanas arriba, hablando solo o pensando en voz alta. Si las personas son sustituidas por máquinas que hacen el trabajo rápido y bien, e interactuamos con sistemas automatizados pulsando opciones hasta lograr lo que queremos. ¿Dónde nos encontraremos con la gente?