sábado, 5 de septiembre de 2009

Dudo porque soy libre

¿Por qué me hago preguntas? ¿Por qué tengo que decidir y optar por ALGO? Para mí, la duda era el peor estado de la mente ante la verdad por ser un momento de disyuntiva. Hasta que un buen día, estando sobre la acera, se reveló ante mí la verdad verdadera, para demostrarme que la duda es reflejo de mi libertad, de que tengo un abanico de opciones, de que puedo escoger y decidir quedarme con una de ellas. ¿Qué mejor muestra de libertad? No debía entender La duda como un castigo sino como la oportunidad para hacer real mi libertad bien entendida, como lo es elegir y elegir el bien.

Muchas veces por el temor a equivocarme prefiero dejar en “otros” la tarea de elegir, cerrando con mis propias manos esa puerta abierta que tengo como es la libertad. ¿Qué tiene de malo eso? Me pierdo de la gran oportunidad de enfrentar retos, dificultades, alegrías y fracasos que forman parte del camino de la vida. Igual de problemático es asumir esa toma de decisiones por otros, sin entender que cada quien tiene su punto de vista y una experiencia que le hace valorar ciertas cosas que para otros no son importantes. Cada uno es único e irrepetible, de ahí que no entendamos las deliberaciones de otros, aunque debamos aceptarlas.


El día que no pueda elegir habrá muerto esa libertad humana innata. Seguirán habiendo opciones, pero ¿de qué valen? Si no puedo elegir, si no puedo decir “esto” o “aquello, “blanco” o “negro”, “derecha” o “izquierda”…y así todos los matices que da la vida. Si dudo es porque estoy viva, porque pienso y razono, es la manifestación de mi inteligencia y mi voluntad.

Más que alejarme de la verdad, la duda me exige, me cuestiona y me plantea la necesidad de analizar una y otra alternativa para luego deliberar.

Si dudo porque soy libre, ¿por qué no decido? Por flojera, temor de equivocarme, incertidumbre, presión social y otras tantas cosas que me atan para dar el paso que quiero. Para asumir con valentía mi libertad, he decidido empezar a decidir, no lo que los demás digan, sino lo que yo considere mejor, tras el diálogo con otros que conduce a la verdad.

Decidir no debe esclavizarme, sino ser la más sublime manifestación de que soy libre, por más ataduras que quieran imponerme o, peor aún, que yo misma me imponga. Gracias por la duda que me cuestiona si estoy haciendo las cosas bien, que me obliga a pensar y reflexionar, a detenerme sobre la acera para saber si estoy en el camino correcto o debo cambiar de dirección. Ahora, ante la duda, asumiré una actitud distinta, de plenitud por pensar que en mis manos está hacer el bien, elegir el bien y tener una vida buena.

No debo entender la duda como un mar de interrogantes sin respuesta, sino como el llamado a salir de la incertidumbre para ubicarme en la verdad.


“La duda es uno de los nombres de la inteligencia”. Jorge Luis Borges


“En todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras”. Bertrand Russell

jueves, 18 de junio de 2009

El ruido interno

Cuando recorría mi camino de rutina venían a mi mente tantas preguntas que chocaban con el corneteo y el pasar de los carros. Vi la belleza de las flores en un kiosco y olí el aroma de las rosas mientras le arrancaban las espinas. Me regalaron una sonrisa cuando estaba a punto de tropezar con un transeúnte y de repente se hizo el silencio en mis oídos.

Llegaron a la escena todas las preguntas que no me habían dejado dormir, enfrentadas una a otra buscando solución. ¿A cuál de ellas ver? No podía discriminar, preferí huir por la derecha (aunque estaba en la acera izquierda) y ver un poco hacia el cielo. Allá arriba fijé la mirada por breves segundos donde me hicieron sentir que se encargarían de responder a cada una de ellas.

Pero ese ruido interno fastidioso seguía ahí latente, preguntando y repreguntando ¿por qué? Hasta que retomé la paz que me dio ver el cielo un tiempo antes y, por obra divina, todo tomó su cauce. Eran como piezas de rompecabezas que “caían” de ese techo de nubes y se ubicaban en su respectivo lugar. Ya aquello que era molesto se convirtió frases de agradecimiento.

El agite cotidiano, las múltiples actividades, la bulla de la calle y muchas cosas ocupan nuestro foco desorientándonos de lo importante. ¿Qué pasará? ¿A dónde iré? ¿Qué haré? Son interrogantes que nos despiertan en medio de la noche, enturbiando nuestro descanso y, lo peor de todo, que no encuentran la respuesta deseada.

El pensar en el mañana, proyectarse a futuro no tiene nada de malo. Siento, es mi opinión, que el error está en ver tanto hacia adelante que no podamos percibir el aquí y el ahora.
Nuestro entorno nos demanda respuestas inmediatas, acciones, ejecutar, resolver…YA! Sin tiempo para “detenerse” en la acera y escuchar ese ruido interno, entendido como aquellas dudas que busquen respuesta y que sean trascendentales para la vida.

martes, 26 de mayo de 2009

Piedras en la construcción de la fe

Imponente
Magnífica
Espléndida
Magestuosa...
Son adjetivos que se quedan cortos para describir a la Basílica San Pedro. La sensación es única, es como retroceder cientos y miles de años atrás para estar más cerca del a historia de la cristiandad.

Es ver facetas de la vida de Jesús con sus discípulos plasmadas fielmente por Miguel Ángel. Es caminar por un pasillo tan ancho y largo que pareciera no tener fin, donde se conjugan arte, historia, ciencia, razón y fe, sin discriminar a ningún visitante.

Es abrir las puertas a un templo histórico, base para la religión cristiana que alude a la frase de Jesús: “Eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. De algún modo todos somos pequeñas “piedras” en la Iglesia, pero no estorbando en el camino, sino como piezas claves para lograr una construcción firme y que dure hasta el fin de los tiempos.

Estar aquí es renovar la fe al sentirme presente en el lugar donde esta nación, donde se debatieron tantas luchas en su contra y donde tantos hombres y mujeres fueron perseguidos por sus creencias. Es sentirme agradecida con Dios por mi fe, por creer en lo que creo, por sentirme responsable de continuar esa lucha por lo que creo. Es recordar a todos aquellos que han acrecentado mi fe, porque me han hecho sentir que, al venir de Dios, tienen algo bueno que aportar a mi vida y que debo tener apertura para identificarlo.

Roma – 07 de abril de 2009 / 04.07 pm

viernes, 13 de marzo de 2009

Huellas que permanecen en la arena

A esas personas que nos han herido dejando como huella una cicatriz imborrable también es oportuno agradecerles, porque:

Con sus golpes verbales nos han enseñado que sin caídas la vida sería como una autopista recta y con un horizonte muy lejano, sin altibajos que permitan ver más allá.

Todas esas experiencias que a veces catalogamos como tragedias o grandes problemas de alguna forma nos inmunizan contra otras situaciones similares, aunque el ser humano, por el mismo hecho de serlo, puede equivocarse nuevamente. Es inevitable, es parte de su naturaleza que, por relacionarse con otros, tenga roces y diferencias que hacen más interesante esa interacción con los demás.


Tarde o temprano, tras una de esas decepciones, cuando la ola se retira y queda en la arena una sensación de paz, así cada quien hace catarsis y drena su rabia para vaciar todas las ideas que le agobian. De igual forma queda en la arena absorbida el agua que va y viene infinitamente dejando algo nuevo en cada llegada.


A quienes reprochamos el habernos hecho daño también deberíamos agradecerles que nos han permitido reconocer lo variopinto que es el ser humano, cada uno creado con la misma “fórmula” pero con resultados tan distintos.
Esas heridas son un llamado a buscar en la individualidad de cada quien un rasgo positivo o de bondad que opaca lo circunstancial de lo malo y destella, como el sol sobre el mar, aquello que es permanente y bueno.

Este manual de acción sólo puede ser puesto en práctica reconociendo al “otro” como un igual a mí, con sus valores, pensamientos, cultura, formación y derechos que, al igual que yo, desea exteriorizar. En esto hace falta humildad para acercarse a quien nos ha maltratado, reconocer si estábamos equivocados y procurar el diálogo, no como reproche sino como un camino que lleve a la reconciliación sincera y dispuesta a aprender el uno del otro.

Las heridas que causan cicatrices imborrables nos marcan para toda la vida de manera que están latentes para no dejarlas en el pasado, por el contrario, tenerlas presentes en todo momento, no por el daño causado, sino lo bueno que fuimos capaces de sacar de la situación.

martes, 14 de octubre de 2008

Personas que marcan el camino

Me levanto a las 6 a.m., me lavo la cara y cepillo mis dientes. Comparto un café con mi familia, me visto, tomo el ascensor y me encuentro a la conserje, ya saliendo saludo a unos vecinos y comienzo a caminar. Con un gesto de sonrisa que significa agradecimiento me dirijo a la persona que me dio paso para cruzar la calle, doy los buenos días al subir al autobús y las gracias al conductor al darme el vuelto. Camino hacia mi trabajo y me consigo a una amiga que tenía tiempo sin ver, conversamos brevemente y nos despedimos, llego a la oficina y saludo a todos, ya en la computadora comienza el día y la conversación con quién sabe cuánta gente.

Sería imposible tener un dato exacto de la cantidad de personas con las cuales interactúo a diario, incluso creo que ésta es una de las acciones en las cuales importa más la calidad que la cantidad. Menos aún será posible tener la cuenta de todas las personas que conocemos a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, enfrentando al cuánto se encuentra el quiénes han marcado huella.

Una huella es una señal que deja un hombre o un animal por el lugar donde pasa. Pero cuando pienso en la huella que dejan algunas personas en nuestras vidas, más que una marca física, como una herida o representación de felicidad, es un sello imborrable que permanece en la memoria. Pero, ¿quiénes realmente nos “marcan”? Los que consideramos han sido buenos y también los que nos han hecho daño.

Los primeros porque:

- Nos han enseñado la magnitud que tiene la bondad en el ser humano, extendiéndonos una mano amiga para levantarnos en los obstáculos y superar los altibajos de las aceras del a vida.
- Nos impactaron con el poder reconfortante de un fuerte abrazo tras cierto tiempo sin ver a esa persona querida, gritando con ese gesto un ¡Aquí estoy contigo!
- Escuchándonos se convirtieron en los mejores depósitos de nuestros dolores, porque pocas veces acudimos a ellos para hablar de nuestras alegrías. Y a pesar de ello, fueron capaces de dejar a un lado sus tristezas para convertirse en médicos de las nuestras.
- A pesar de la distancia de alguna forma buscaban manifestarse como PRESENTES en nuestras vidas, y no como elementos del pasado pisado y de un futuro desconocido. Ya sea un email reenviado en cadena, un mensaje de texto con un simple ¿cómo estás?, un emoticon por el Messenger o escribir en el muro del Facebook. Los medios están, debemos usarlos.
- Las veces que se veían se encargaron de recordarnos lo importante que somos en sus vidas con frases como gracias por venir, me encantó compartir contigo, el tiempo se pasó rápido, gracias por todo…Siendo agradecidos ante aquellas pequeñas grandes cosas.
- No nos reprochan nuestro abandono y entienden que estamos atareados con el trabajo y la familia, cosa que a veces nosotros mismos no somos capaces de comprender.
- Están pendientes de los eventos importantes y no tan relevantes de nuestro día a día, de cómo nos fue en el trabajo, cómo seguimos del malestar que teníamos, si resolvimos el problema que le comentamos…sencillamente se interesan por saber cómo estamos.
- Viven con nosotros las alegrías como si fueran suyas, las celebran, las disfrutan y se encargan de mantener viva nuestra felicidad. Así como sufren nuestras aflicciones y se sienten en la necesidad de buscarles soluciones y ayudarnos a resolverlas.

Continuará…